El devenir del AmoR

Por Karen Marino

Fue en una de esas esporádicas reuniones familiares que los vi sentarse nuevamente en las sillas más distantes que podían alejar sus cuerpos. A esos ancianos les brotaba el amor por doquier aunque ellos lo negaran todo frente a sus hijos y nietos.

Alberto y Elida se habían separado hace unos años atrás, cuando sus cuatro hijos aún eran unos imberbes. Ella decidió partir para crear un destino lejos de Alberto, aunque –muy seguramente- sus corazones seguían comprometidos. No era un tema que les gustaba recordar pero ineludiblemente aún llega a sus conversaciones como si se tratara de un reciente y novedoso acontecimiento.

Saludé a todos mis primos, tíos y –como de costumbre- le di un enérgico abrazo al endeble cuerpo de mi abuelita. Su sonrisa siempre estaba acompañada de un gesto refinado y una sutil coquetería, con su cabello dorado perfectamente peinado hacia atrás. Y a mi abuelo… Saludar a mi abuelo trae consigo un legítimo protocolo: inclino mi cabeza, con un movimiento denso, para recibir en mi frente el beso de sus delicados labios mientras aprieta suavemente mis brazos.

Valga aclarar: para llegar a sus dos asientos, tuve que recorrer el salón.

Entre murmullos y secreteos repetitivos de cada integrante de mi familia, mi mirada se encontró directamente con la de mi abuela, que en silencio recorría con sus ojos cada espacio del lugar. Respondimos a esa causalidad con una sonrisa e iniciamos nuestra conversación.

-¿Cómo estás abuelita?
-Bieeen mamita -Extendió su respuesta mientras el brillo de sus ojos me sugerían toda la ternura del universo.
-Me alegra, abuelita. ¡Estás hermosa!
-Gracias mijita.
Y allí terminó nuestro “diálogo”. Esas breves intervenciones fueron herencia para mi padre y para toda mi familia, porque no necesitamos hablar mucho para saber lo que cada uno quiere expresar. Basta con una mirada cómplice para saber lo que cada uno está pensando.

Por ahora, la historia de mis abuelos no tiene un final feliz, pero no es lo que debemos destacar. Las familias son imperfectas y cada una tiene pequeñas listas de #CosasPorMejorar. A pesar de todo, el amor siempre es el protagonista: amo a mi familia. Y justo eso es lo que más valoro de los Marino Súarez: El amor incondicional que sentimos por cada uno de sus integrantes.

Cuando me acerqué a mis primos por la escandalosa risa que salía de su círculo, con confianza pregunté sobre el motivo de sus carcajadas:

-¿No ves cómo se miran estos dos? –Respondió Kevin.

Y de inmediato entendí que el recorrido que hacían los ojos de mi abuela por cada espacio del lugar, se iban una y otra vez para el cuerpo de mi abuelo, aquél hombre que aún amaba.
Lo miré a él y vi que le correspondía con una sonrisa. En ese momento recordé el sabio consejo que mi abuelo había tomado de Rubén Blades: “…A pesar de los problemas, familia es familia y cariño es cariño”.

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